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La poesía de Sore es comparable con la música que utiliza para encantar serpientes, llena de movimiento, de ondulaciones que bailan dentro de los recovecos de un cerebro que no entiende bien qué pasa, porque la poesía, se supone, no es así. Son sentimientos que encuentran un canal en las repeticiones, en las palabras que surgen de la necesidad de expresar lo que de otra manera es imposible. En los poemas de Sore, las letras se mezclan con la carne, aquella ansiosa de más carne, humana por supuesto. Junto a esos poemas se sale a recorrer una ciudad cada vez más llena de estímulos. Una ciudad más alienada, pero que a través de los eros versos se humaniza tanto que dan ganas de llorar. Una ciudad que algunas veces alcanza a oler a campo y a todas las sustancias que habitan en él. Y que otras veces huele a la desolación del concreto.
Escuchar a Sore es toda una experiencia. En su voz no se distinguen muy bien los límites entre lo lírico, lo pictórico y lo músical. Es imposible no dejarse llevar por esa fuerza, esa contundencia que arrastra el alma a una estepa onírica llena de criaturas nunca antes vistas. Imagen y semejanza del rock`n`roll.
Lukas Bravo