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Descendíamos bordeando la Cornisa; con prudencia y sigilo seguía los pasos de las Santas, puesto que la Cornisa no tenía más de un metro de ancho y por profundidad del abismo, aterrado me aferraba a la mano que me ofrecía la Madre, entonces, comencé a murmullar muy quedo; Señor, dame tu fuerza y tu aliento, para sortear sin desmayo las tribulaciones que tendré que soportar en el camino que hoy comienzo a caminar. Después de un tenebroso y prolongado recorrido, encontramos una puerta custodiada por un demonio gigante, de su frente le brotaba un cuerno que se le enroscaba en círculos alrededor de su cuerpo, de su boca le pendía una enorme lengua gruesa y pastosa que hacia mover con destreza y muestras de sadismo. ¡Dios está presente! Siempre está presente, balbució la Madre Ungida, mirándome con sus tiernos ojos, mientras me apretaba la mano con satisfacción y ternura y de sus labios brotaba una cálida sonrisa.
Con la actitud de la Madre, mis angustias dejaron de lastimarme y reconfortado, nos internamos en diversos caminos llenos de lodo.
Introducción
Cornisa uno
Cornisa tres
Cornisa cuatro
Cornisa cinco
Cornisa seis
Cornisa siete
Cornisa ocho
Cornisa nueve
Cornisa diez
Cornisa once
Cornisa doce
Cornisa trece
Cornisa catorce
Cornisa quince