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Desde el inicio de la crisis, la mayoría de la población ha vivido por debajo de una mínimas posibilidades de dignidad por la imposición de un decrecimiento infeliz, es decir, de una severa austeridad, un aumento de la pobreza, etc. Pese a todo, un decrecimiento feliz es posible. Se trata de elegir entre un crecimiento ilimitado, que se pretende mantener a partir de unos recursos terrestres limitados y gracias a un decrecimiento infeliz de la inmensa mayoría, o de un decrecimiento feliz y equitativo, ausente de despilfarro, en el que tengan prioridad los trabajos de los cuidados, del conocimiento, de la agroecología, y en el que la economía esté en función de las personas.